En la sociedad actual la electricidad es un bien imprescindible, tanto que se ha producido un aumento de su demanda debido a que las fuentes de energía no renovables continuan siendo las que cuentan con un mayor consumo. 

Sumado a esto, el consumo irracional de la energía eléctrica ha provocado consecuencias irreversibles en el medio ambiente. La emisión de gases de efecto invernadero, el cambio climático y el agotamiento de los recursos son solo algunas de las consecuencias derivadas de la dependencia energética del modelo de vida predominante en la sociedad actual.

La demanda energética crece debido al aumento de la población y a la digitalización de la sociedad. Asimismo, esto aumenta el consumo de recursos naturales, las emisiones de gases y la generación de residuos. Todo ello, causa un impacto en el medio ambiente que se traduce en la degradación de la capa de ozono, el cambio climático y la degradación de la biodiversidad.

La electricidad que se genera en una planta energética produce Gases de Efecto Invernadero (GEI). Pero, dependiendo del tipo de energía primaria utilizada, podemos clasificar las fuentes de electricidad en dos grupo:

No renovables: su uso genera una enorme huella ecológica debido a la explotación de recursos naturales, la contaminación del agua y altas emisiones de CO2. PO ejemplo: el carbón, el petróleo o el gas natural. 

Renovables: estas alternativas suponen un impacto menor en el medio ambiente en comparación a las anteriores. Por ejemplo: la energía eólica, solar o hidráulica. 

En resumen, el aumento de la demanda energética tiene como resultado una serie de consecuencias negativas en relación al medio ambiente. Está en nuestra mano apostar por fuentes de energía sostenibles y renovables que contribuyan a que la salud de nuestro planeta no se deteriore con tanta magnitud. Además, de que el proceso de obtención, producción y consumo de energía se lleve a cabo de manera eficiente.